12/1/11

LA DECADENCIA Y CAIDA DEL IMPERIO ESTADOUNIDENSE - By Alfred W. McCoy * - Tom Dispatch

LA DECADENCIA Y CAIDA DEL IMPERIO ESTADOUNIDENSE 
 Alfred W. McCoy *
Tom Dispatch


En el intento de minimizar la importancia de la actual filtración de Wikileaks 
de más de 250.000 documentos del Departamento de Estado, el secretario de 
defensa Robert Gates brindó recientemente el siguiente bocado de sabiduría 
típica de Washington:“El hecho es que los gobiernos tratan con EE.UU. porque les 
interesa, no porque les gustemos, no porque confíen en nosotros, y no porque 
crean que podemos guardar secretos… Algunos gobiernos tratan con nosotros porque 
nos temen, algunos porque nos respetan, la mayoría porque nos necesita. Todavía 
somos esencialmente, como se ha dicho antes, la nación indispensable.”
Ahora bien, ese tipo de sabiduría ciertamente suena sobria; es, en definitiva, 
lo que pasa por realismo geopolítico práctico en la capital de nuestra nación; y 
es verdad, Gates no es el primer alto responsable estadounidense que califica a 
EE.UU. de “la nación indispensable”; no dudo de que él y muchos otros 
protagonistas en la capital están convencidos de que somos globalmente 
indispensables. El problema es que las noticias debilitan, casi cada semana que 
pasa, su versión realista haciendo que parezca aún más fantasmagórica. La 
capacidad de Wikileaks, una pequeñísima organización de activistas, para 
burlarse de la superpotencia global, haciendo brillar repetidamente un foco de 
luz sobre la penumbra del secreto bajo el que a nuestra elite política y militar 
le gusta conducir sus asuntos, tampoco ha ayudado. Si nuestra condición de 
indispensables no se ha cuestionado, todavía, en Washington, lo que pasa en 
otras partes del planeta es otra cosa.
La pátina, otrora brillante, del “alguacil global” ha perdido su resplandor, y 
en Dodge City cada vez hay menos gente que presta el tipo de atención que 
Washington cree que merece. A mi juicio, el comentario más inteligente sobre el 
último escándalo de Wikileaks viene de Simon Jenkins del Guardian británico 
quien, al considerar las diversas revelaciones (por no hablar de los numerosos 
rumores globales), resumió la situación como sigue: “El derroche de dinero es 
asombroso. Los pagos de ayuda [estadounidenses] nunca se controlan, nunca se 
auditan, nunca se evalúan. La impresión es que la superpotencia mundial deambula 
inerme por un mundo en el cual nadie se comporta como debe. Irán, Rusia, 
Pakistán, Afganistán, Yemen, las Naciones Unidas, todos están perpetuamente 
fuera de guión. Washington reacciona como un oso herido en sus instintos 
imperiales, pero su proyección del poder es improductiva.”
A veces, para comprender precisamente dónde estamos actualmente, ayuda mirar 
hacia el pasado –en este caso, hacia lo que sucedió con anteriores poderes 
imperiales “indispensables”-; a veces no es menos útil mirar hacia el futuro. En 
su último artículo en TomDispatch, Alfred W. McCoy, autor hace poco de Policing 
America’s Empire: The United States, the Philippines, and the Rise of the 
Surveillance State, hace las dos cosas. Después de congregar a un grupo de 
trabajo global de 140 historiadores para considerar la suerte de EE.UU. como 
potencia imperial, nos ofrece un vistazo de cuatro posibles futuros (próximos). 
Producen una mirada monumental, incluso indispensable, de la rapidez con la cual 
es probable que nuestra indispensabilidad se disipe en los próximos años. 


La decadencia y caída del Imperio Estadounidense
Cuatro perspectivas para el fin del Siglo Estadounidense antes del año 2025
Alfred W. McCoy

¿Un aterrizaje suave de EE.UU. dentro de 40 años? No apuestes por ello. La 
defunción de EE.UU. como superpotencia global podría sobrevenir mucho antes de 
lo que cualquiera imagina. Si Washington sueña con que 2040 o 2050 sea el fin 
del Siglo Estadounidense, una evaluación más realista de las tendencias 
interiores y globales sugiere que en 2025, dentro de sólo 15 años, todo puede 
haber terminado, con la excepción del griterío.
A pesar del aura de omnipotencia proyectada por la mayoría de los imperios, una 
mirada a su historia debería recordarnos que son organismos frágiles. Tan 
delicada es su ecología del poder que, cuando las cosas comienzan a ir 
verdaderamente mal, los imperios regularmente se deshacen a una velocidad 
infame: sólo un año en el caso de Portugal, dos años la Unión Soviética, ocho 
años Francia, 11 años en el caso de los otomanos, 17 años para Gran Bretaña, y 
es muy probable que sean 22 años para EE.UU., a contar desde el crucial año 
2003.
Es probable que futuros historiadores identifiquen la incauta invasión de Iraq 
de Bush en ese año como el comienzo de la caída de EE.UU. Sin embargo, en lugar 
del derramamiento de sangre que marcó el fin de tantos imperios del pasado, con 
el incendio de ciudades y la matanza de civiles, este colapso imperial del Siglo 
XXI, podría tener lugar de un modo relativamente tranquilo mediante los 
tentáculos invisibles del colapso económico o la ciberguerra.
Pero no cabe duda: cuando finalmente acabe la dominación global de Washington, 
habrá dolorosos recuerdos cotidianos de lo que una pérdida de poder significa 
para los estadounidenses de todas las condiciones sociales. Como ha descubierto 
una media docena de naciones europeas, la decadencia imperial tiende a tener un 
impacto notablemente desmoralizador sobre una sociedad, y causa regularmente por 
lo menos una generación de privación económica. Al enfriarse la economía, las 
temperaturas políticas aumentan, y provocan a menudo un serio malestar interior.
Los datos económicos, educacionales y militares disponibles indican que, en lo 
que tiene que ver con el poder global de EE.UU., las tendencias negativas se 
sumarán rápidamente antes del año 2020 y es probable que alcancen una masa 
crítica como muy tarde en 2030. El Siglo Estadounidense, proclamado de modo tan 
triunfante al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, estará hecho jirones y 
desvaneciéndose antes de 2025, su octavo decenio, y podría ser historia antes 
del año 2030.

Significativamente, en 2008, el Consejo Nacional de Inteligencia de EE.UU. 
admitió por primera vez que el poder global de EE.UU. estaba ciertamente en una 
trayectoria descendente. En uno de sus periódicos informes futuristas, 
Tendencias Globales 2025, el Consejo citó “la transferencia de riqueza y de 
poder económico globales que tiene lugar, a grandes rasgos, de Occidente a 
Oriente” y “sin precedentes en la historia moderna”, como factor primordial en 
la decadencia de la “fuerza relativa de EE.UU. – incluso en el campo militar.” 
Como muchos en Washington, sin embargo, los analistas del Consejo previeron un 
aterrizaje prolongado, muy suave, de la preeminencia global estadounidense, y 
albergaban la esperanza de que de alguna manera “retendría capacidades militares 
singulares”… durante mucho tiempo… “para proyectar poder militar globalmente” 
durante décadas.
¡Qué va! Según las proyecciones actuales, EE.UU. se encontrará en segundo lugar 
después de China (que ya es la segunda economía del mundo por su tamaño) en la 
producción económica hacia 2026, y detrás de India en 2050. De la misma manera, 
la innovación china se desplaza hacia el liderazgo mundial en ciencias aplicadas 
y en tecnología militar en algún momento entre los años 2020 y 2030, cuando se 
jubile el actual suministro de brillantes científicos e ingenieros de EE.UU., 
sin un reemplazo adecuado por una generación más joven sin la formación 
adecuada.
Al llegar 2020, según los planes actuales, el Pentágono hará un intento militar 
desesperado a favor de un imperio moribundo. Lanzará una triple bóveda letal de 
robots aeroespaciales avanzados que representa la última esperanza de Washington 
de retener el poder global a pesar de su decreciente influencia económica. Antes 
de ese año, sin embargo, la red global de satélites de comunicaciones de China, 
respaldada por los superordenadores más poderosos del mundo, también estará en 
pleno funcionamiento, suministrando a Pekín una plataforma independiente para la 
militarización del espacio y un poderoso sistema de comunicaciones para ataques 
de misiles o cibernéticos en cualquier cuadrante del globo.
Envuelta en arrogancia imperial, como Whitehall o el Quai d'Orsay antes de ella, 
la Casa Blanca todavía parece imaginar que la decadencia de EE.UU. será gradual, 
suave y parcial. En su discurso sobre el Estado de la Unión de enero pasado, el 
presidente Obama expresó las palabras tranquilizantes de que “yo no acepto un 
segundo lugar para EE.UU.” Pocos días después, el vicepresidente Biden 
ridiculizó la idea misma de que “estamos destinados a hacer realidad la profecía 
de [el historiador Paul] Kennedy de que vamos a ser una gran nación que ha 
fracasado porque perdimos el control de nuestra economía y nos extendimos 
demasiado”. De la misma manera, en la edición de noviembre de la revista del 
establishment Foreign Affairs, el gurú neoliberal de la política exterior Joseph 
Nye descartó hablar del ascenso económico y militar de China, desechando 
“metáforas engañosas de decadencia orgánica” y negando que haya algún deterioro 
del poder global de EE.UU.
Los estadounidenses de a pie, que ven que sus puestos de trabajo parten al 
extranjero, tienen una visión más realista que sus dirigentes mimados. Un sondeo 
de opinión en agosto de 2010 estableció que un 65% de los estadounidenses cree 
que el país se encuentra ahora “en un estado de decadencia”. Australia y 
Turquía, aliados militares tradicionales de EE.UU., ya utilizan sus armas hechas 
en EE.UU. para maniobras aéreas y navales conjuntas con China. Los socios 
económicos más cercanos de EE.UU. ya se apartan de la oposición de Washington a 
los tipos de cambio manipulados por China. Mientras el presidente volvía de su 
tour asiático el mes pasado, un titular pesimista del New York Times resumió el 
momento como sigue: “La visión económica de Obama se rechaza en la escena 
mundial; China, Gran Bretaña y Alemania cuestionan a EE.UU.; Las conversaciones 
comerciales con Seúl también fracasan.”
Vista históricamente, la cuestión no es si EE.UU. perderá su poder global 
indiscutible, sino cuánto de precipitada y desgarradora tendrá la decadencia. En 
lugar de las ilusiones de Washington, utilicemos la propia metodología futurista 
del Consejo Nacional de Inteligencia para sugerir cuatro perspectivas realistas 
de cómo, estrepitosamente o con un quejido, el poder global de EE.UU. podría 
llegar a su fin en los años veinte de este siglo (junto con cuatro evaluaciones 
adjuntas sobre dónde nos encontramos actualmente). Las perspectivas futuras 
incluyen: decadencia económica, crisis del petróleo, desventura militar y la 
Tercera Guerra Mundial. Aunque difícilmente son las únicas posibilidades cuando 
se trata de la decadencia o incluso del colapso de EE.UU., abren una ventana 
sobre un futuro que se aproxima rápidamente.

 
Decadencia económica: Situación actual
Actualmente existen tres amenazas principales a la posición dominante de EE.UU. 
en la economía global: la pérdida de influencia económica debido a la 
disminución de su parte en el comercio mundial, la decadencia de la innovación 
tecnológica estadounidense y el fin del estatus privilegiado del dólar como 
moneda mundial de reserva.
En 2008, EE.UU. ya había caído al tercer puesto en las exportaciones globales de 
mercaderías, con sólo un 11% en comparación con un 12% de China y un 16% de la 
Unión Europea. No hay motivos para creer que esa tendencia se revierta.
De la misma manera desaparece el liderazgo estadounidense en la innovación 
tecnológica. En 2008, EE.UU. ocupaba todavía el segundo lugar después de Japón 
en las solicitudes mundiales de patentes con 232.000, pero China se aproximaba 
rápidamente con 195.000, gracias a un fulgurante aumento del 400% desde el año 
2000. Un presagio de más decadencia: en 2009 EE.UU. llegó al punto más bajo 
entre 40 naciones estudiadas por la Fundación de Tecnología & Innovación de la 
Información en cuanto al “cambio” en la “competitividad global basada en la 
innovación” durante la década anterior. Agregando sustancia a esas estadísticas, 
el Ministerio de Defensa de China presentó en octubre el superordenador más 
rápido del mundo, el Tianhe-1A, tan poderoso, dijo un experto estadounidense, 
que “liquida a la máquina Nº 1” existente en EE.UU.
Hay que agregar a esta clara evidencia que el sistema educacional de EE.UU., esa 
fuente de futuros científicos e innovadores, se está quedando atrás con respecto 
a sus competidores. Después de ser líderes mundiales durante décadas en personas 
de entre 25 y 34 años con títulos universitarios, el país bajó al puesto número 
12 en 2010. El Foro Económico Mundial ubicó a EE.UU. en el mediocre puesto 52 
entre 139 naciones en la calidad de su instrucción universitaria en matemáticas 
y ciencias en 2010. Casi la mitad de los estudiantes graduados en ciencias en 
EE.UU. son ahora extranjeros, que en su mayoría volverán a casa, sin quedarse 
aquí como hubiera sido el caso en otros tiempos. En 2025, en otras palabras, es 
probable que EE.UU. enfrente una escasez crítica de científicos de talento.
Tendencias negativas semejantes alientan una crítica cada vez más fuerte del 
papel del dólar como moneda de reserva mundial. “Otros países ya no están 
dispuestos a aceptar la idea de que EE.UU. sepa lo que es mejor en política 
económica”, señaló Kenneth S. Rogoff, ex economista jefe del Fondo Monetario 
Internacional. A mediados de 2009, cuando los bancos centrales del mundo poseían 
astronómicos 4 billones [millones de millones] de dólares en valores del Tesoro 
de EE.UU., el presidente ruso Dimitri Medvedev insistió en que era hora de 
acabar con “el sistema unipolar artificialmente mantenido” basado en “una moneda 
de reserva que en otros tiempos solía ser fuerte”.
Al mismo tiempo, el gobernador del banco central de China sugirió que el futuro 
podría ser una moneda global de reserva “desconectada de naciones individuales” 
(es decir del dólar estadounidense). Son indicadores de un mundo que viene y de 
un posible intento, como ha argumentado el economista Michael Hudson, “de 
acelerar la bancarrota del orden mundial financiero-militar estadounidense”.

Decadencia económica: Perspectiva 2020 
En 2020, como se esperaba desde hace tiempo después de años de crecientes 
déficit nutridos por incesantes guerras en tierras distantes, el dólar 
estadounidense termina por perder su estatus especial como moneda de reserva del 
mundo. Repentinamente, el coste de las importaciones se dispara. Incapaz de 
pagar los crecientes déficit mediante la venta en el extranjero de valores 
devaluados del Tesoro, Washington acaba viéndose obligado a reducir su inflado 
presupuesto militar. Bajo presión dentro y fuera del país, Washington retira 
lentamente las fuerzas estadounidenses de cientos de bases en ultramar a un 
perímetro continental. Pero ahora, sin embargo, ya es demasiado tarde.
Enfrentadas a una superpotencia decadente incapaz de pagar sus cuentas, China, 
India, Irán, Rusia, y otras potencias, grandes y regionales, cuestionan 
provocativamente el dominio de EE.UU. sobre los océanos, el espacio y el 
ciberespacio. Mientras tanto, en medio de precios en alza, un desempleo que 
aumenta continuamente y una disminución continua de los salarios reales, las 
divisiones interiores aumentan hasta convertirse en choques violentos y debates 
divisivos, a menudo por temas notablemente irrelevantes. Aprovechando una ola 
política de desilusión y desesperación, un patriota de extrema derecha captura 
la presidencia con una retórica resonante, exigiendo respeto para la autoridad 
de EE.UU. y amenazando con represalias militares o económicas. El mundo 
prácticamente no presta atención mientras el Siglo Estadounidense termina en 
silencio.

Crisis del petróleo: Situación actual
Una víctima del poder económico debilitado de EE.UU. ha sido su control sobre 
los suministros globales de petróleo. Acelerando por delante de la economía 
sedienta de gasolina de EE.UU., China se convirtió en el primer consumidor de 
energía durante este verano, una posición que EE.UU. ha mantenido durante más de 
un siglo. El especialista en energía Michael Klare ha argumentado que este 
cambio significa que China “fijará el ritmo de nuestro futuro global”.
En 2025, Irán y Rusia controlarán casi la mitad de todo el suministro de gas 
natural del mundo, lo que potencialmente les dará una inmensa influencia sobre 
una Europa hambrienta de energía. Si se agregan a la mezcla las reservas de 
petróleo, en sólo 15 años, como ha advertido el Consejo Nacional de 
Inteligencia, dos países, Rusia e Irán, podrían “aparecer como elementos 
esenciales en el campo de la energía”. (Esta es la verdadera razon del cerco 
militar y economico de Washintong a Rusia e Iran)
A pesar de una inventiva notable, las grandes reservas de petróleo de las 
principales potencias del petróleo que permiten una extracción fácil y barata se 
están agotando. La verdadera lección del desastre del petróleo de Deepwater 
Horizon en el Golfo de México no fueron los negligentes estándares de seguridad 
de BP, sino el simple hecho que todos vieron en la marea negra: a uno de los 
gigantes corporativos de la energía no le quedó otra alternativa que buscar 
petróleo difícil de extraer a kilómetros bajo la superficie del océano a fin de 
mantener el nivel de sus beneficios.
Para complicar el problema, chinos e indios se han convertido repentinamente en 
consumidores mucho más fuertes de energía. Incluso si los suministros de 
combustibles fósiles se mantuvieran constantes (que no será el caso), es casi 
seguro que aumente la demanda, y por lo tanto los costes, y lo harán 
considerablemente. Otras naciones desarrolladas encaran agresivamente esta 
amenaza lanzándose a programas experimentales para desarrollar fuentes de 
energías alternativas. EE.UU. ha tomado otro camino y ha hecho muy poco para 
desarrollar fuentes alternativas mientras, en los tres últimos decenios, ha 
duplicado su dependencia de importaciones de petróleo extranjero. Entre 1973 y 
2007, las importaciones de petróleo han aumentado de un 36% de la energía 
consumida en EE.UU. a un 66%.

 
La crisis del petróleo: Perspectiva 2025
EE.UU. sigue dependiendo tanto de petróleo extranjero que unos pocos 
acontecimientos adversos en el mercado global de energía en 2025 provocan una 
crisis del petróleo. En comparación hace que la crisis del petróleo de 1973 
(cuando los precios se cuadruplicaron en unos meses) parezca un grano de arena. 
Molestos por el valor descendiente del dólar, los ministros del petróleo de la 
OPEP, reunidos en Riad, exigen que los futuros pagos de energía sea hagan hechos 
en un “canasto” de yen, yuan, y euros. Eso sólo aumenta aún más el coste de las 
importaciones de petróleo de EE.UU. Al mismo tiempo, mientras firman una nueva 
serie de contratos de suministro a largo plazo con China, los saudíes 
estabilizan sus propias reservas de divisas extranjeras cambiando al yuan. 
Mientras tanto, China invierte innumerables miles de millones en la construcción 
de un gasoducto masivo trans-asiático y en el financiamiento de la explotación 
por Irán del mayor yacimiento de gas natural del mundo en South Pars, en el 
Golfo Pérsico.
Preocupados de que la Armada de EE.UU. ya no pueda proteger los buques tanque 
que viajan desde el Golfo Pérsico para alimentar Asia del Este, se forma una 
coalición de Teherán, Riad y Abu Dabi en una inesperada nueva alianza del Golfo 
y afirman que la nueva flota china de rápidos portaaviones patrullará en el 
futuro el Golfo Pérsico desde una base en el Golfo de Omán. Bajo fuerte presión 
económica, Londres acepta cancelar el arriendo por EE.UU. de su base en el 
Océano Índico en la isla de Diego Garcia, mientras Canberra, bajo presión de los 
chinos, informa a Washington de que ya no aceptará que la Séptima Flota utilice 
Fremantle como su puerto de base, expulsando efectivamente a la Armada de EE.UU. 
del Océano Índico.
Con unos pocos plumazos y algunos concisos anuncios, se abandona en 2025 la 
“Doctrina Carter”, mediante la cual el poder militar de EE.UU. debía proteger 
eternamente el Golfo Pérsico. Todos los elementos que garantizaron durante mucho 
tiempo los suministros ilimitados de petróleo a bajo coste de esa región para 
EE.UU. –la logística, las tasas de cambio, y el poder naval– se evaporan. En 
esas condiciones, EE.UU. sólo puede cubrir un insignificante 12% de sus 
necesidades de energía con su naciente industria de energía alternativa, y sigue 
dependiendo de petróleo importado para la mitad de su consumo de energía.
La crisis del petróleo que sobreviene golpea al país como un huracán y sube los 
precios a alturas alarmantes, convirtiendo los viajes en gastos asombrosos, 
causando la caída libre de los salarios reales (que habían estado disminuyendo 
desde hace tiempo) y haciendo que las exportaciones restantes de EE.UU. pierdan 
competitividad. Con la baja de las temperaturas, los precios del gas por las 
nubes y el derramamiento de dólares para pagar petróleo caro, la economía 
estadounidense se paraliza. Con el fin de alianzas deterioradas hace tiempo y el 
aumento de las presiones fiscales, las fuerzas militares estadounidenses acaban 
emprendiendo una retirada por etapas de sus bases en ultramar. Dentro de unos 
pocos años, EE.UU. estara prácticamente en bancarrota y el reloj se acerca a la 
hora cero del Siglo Estadounidense.

 
Desventura militar: Situación actual
En contra de la intuición, a medida que se debilita su poder, los imperios caen 
a menudo en imprudentes aventuras militares. Este fenómeno es conocido entre 
historiadores del imperio como “micro-militarismo” y parece involucrar esfuerzos 
psicológicamente compensatorios para salvar el escozor de la retirada ocupando 
nuevos territorios, por breve y catastrófico que sea. Estas operaciones, 
irracionales incluso desde un punto de vista imperial, producen frecuentemente 
gastos que desangran la economía o humillantes derrotas que sólo aceleran la 
pérdida de poder.
A través del tiempo, imperios asediados han padecido de una arrogancia que los 
lleva a caer cada vez más profundo en desventuras militares hasta que la derrota 
se convierte en una debacle. En en año 413 a. de C., Atenas debilitada envió 200 
barcos para que fueran sacrificados en Sicilia. En 1921, la España imperial 
moribunda despachó a 20.000 soldados para que fueran masacrados por guerrilleros 
bereberes en Marruecos. En 1956, el debilitado Imperio Británico destruyó su 
prestigio al atacar Suez. Y en 2001 y 2003, EE.UU. ocupó Afganistán e invadió 
Iraq. Con la arrogancia extrema que ha marcado a los imperios durante milenios, 
Washington aumentó sus tropas en Afganistán a 100.000, expandió la guerra a 
Pakistán, y extendió su compromiso hasta 2014 y más allá, exponiéndose a 
desastres grandes y pequeños en ese cementerio de imperios infestado de 
guerrillas y con armas nucleares.

 
Desventura militar: Perspectiva 2014
El “micro-militarismo” es tan irracional, tan impredecible, que las perspectivas 
aparentemente estrambóticas pronto son superadas por los acontecimiento. Ya que 
las fuerzas armadas de EE.UU. se requieren al máximo desde Somalia a las 
Filipinas, y las tensiones aumentan en Israel, Irán, y Corea, se multiplican las 
posibles combinaciones para una desastrosa crisis militar en el extranjero.
Estamos a mediados de verano de 2014, y una guarnición reducida de EE.UU. en la 
asediada Kandahar en el sur de Afganistán es repentina e inesperadamente 
invadida por guerrilleros talibanes, mientras los aviones estadounidenses no 
pueden despegar debido a una cegadora tormenta de arena. Sufre considerables 
bajas y como represalia, un azorado comandante estadounidense envía bombarderos 
B-1 y cazas F-16 a demoler vecindarios enteros de la ciudad que supuestamente se 
encuentran bajo control de los talibanes, mientras aviones AC-130U con armamento 
pesado barren los escombros con el devastador fuego de sus cañones.
Pronto hay mulás que predican la yihad desde mezquitas de toda la región y 
unidades del ejército afgano entrenadas durante mucho tiempo por fuerzas 
estadounidenses para cambiar el progreso de la guerra comienzan a desertar en 
masa. Combatientes talibanes lanzan entonces una serie de ataques notablemente 
sofisticados contra guarniciones de EE.UU. en todo el país, causando un gran 
aumento de las bajas estadounidenses. En escenas que recuerdan Saigón en 1975, 
los helicópteros rescatan a soldados y civiles estadounidenses desde las azoteas 
en Kabul y Kandahar.
Mientras tanto, molestos por el interminable impasse de Palestina que ya dura 
decenios, dirigentes de la OPEP imponen un nuevo embargo del petróleo contra 
EE.UU. en protesta por su apoyo a Israel así como por la muerte de innumerables 
civiles musulmanes en sus continuas guerras en todo Gran Oriente Próximo. Con el 
aumento de los precios de la gasolina y el agotamiento de las refinerías, 
Washington entra en acción y envía fuerzas de Operaciones Especiales a 
apoderarse de puertos petroleros en el Golfo Pérsico. Esto, por su parte, 
provoca una serie de ataques suicidas y el sabotaje de oleoductos y pozos de 
petróleo. Mientras tanto nubes negras suben al cielo y los diplomáticos se alzan 
en la ONU para denunciar amargamente las acciones de EE.UU., comentaristas en 
todo el mundo vuelven a la historia para hablar del “Suez de EE.UU.”, una 
referencia contundente a la debacle de 1956 que marcó el fin del Imperio 
Británico.

 
La Tercera Guerra Mundial: Situación actual
En el verano de 2010, las tensiones militares entre EE.UU. y China aumentan en 
el Pacífico occidental, considerado otrora como un “lago” estadounidense. Hasta 
un año antes nadie habría predicho un acontecimiento semejante. Tal como 
Washington aprovechó su alianza con Londres para apropiarse de gran parte del 
poder global de Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial, China utiliza 
ahora los beneficios de su comercio de exportación con EE.UU. para financiar lo 
que probablemente se convertirá en un desafío a la dominación estadounidense 
sobre vías navegables de Asia y del Pacífico.
Con sus crecientes recursos, Pekín reivindica un vasto arco marítimo de Corea a 
Indonesia, dominado desde hace tiempo por la Armada de EE.UU. En agosto, después 
que Washington expresó un “interés nacional” del Mar del Sur de China y realizó 
ejercicios navales allí para reforzar esa afirmación, el Global Times oficial de 
Pekín respondió airadamente, diciendo: “El combate de lucha libre entre EE.UU. y 
China por el tema del Mar del Sur de China ha aumentado las apuestas sobre quién 
será el verdadero gobernante del planeta”.
Entre crecientes tensiones, el Pentágono informa de que Pekín tiene ahora “la 
capacidad de atacar… portaaviones [estadounidenses] en el Océano Pacífico 
occidental” y apuntar a “fuerzas nucleares en todo… EE.UU. continental”. Al 
desarrollar “capacidades ofensivas nucleares, espaciales y de guerra 
cibernética”, China parece determinada a competir por la dominación de lo que el 
Pentágono llama “el espectro de la información en todas las dimensiones del 
espacio de batalla moderno”. Con el continuo desarrollo del poderoso cohete 
propulsor Larga Marcha V, así como el lanzamiento de dos satélites en enero de 
2010 y otro en julio, para llegar a un total de cinco, Pekín señala que el país 
hace rápidos progresos hacia una red “independiente” de 35 satélites para 
capacidades de posicionamiento global, comunicaciones, y de reconocimiento hasta 
el año 2020.
Para frenar a China y extender su posición militar en el globo, Washington se 
propone construir una nueva red digital de robótica aérea y espacial, 
capacidades avanzadas de guerra cibernética y de vigilancia electrónica. Los 
planificadores militares esperan que este sistema integrado envuelva a la tierra 
en un enrejado cibernético capaz de cegar a ejércitos enteros en el campo de 
batalla o de eliminar a un solo terrorista en un campo o favela. En 2020, si 
todo se desarrolla según el plan, el Pentágono lanzará un escudo de tres niveles 
de drones espaciales –que llega de la estratósfera a la exosfera, armado de 
misiles ágiles, vinculados por un sistema satelital modular elástico, y operado 
mediante una vigilancia telescópica total.
En abril pasado, el Pentágono hizo historia. Amplió las operaciones de drones a 
la exosfera al lanzar silenciosamente el transbordador espacial sin tripulación 
X-37B a una órbita baja a 410 kilómetros sobre el planeta. El X-37B es el 
primero de una nueva generación de vehículos sin tripulación que marcará la 
militarización total del espacio, creando un campo para futuras guerras, 
diferente de todo lo visto anteriormente.

Tercera Guerra Mundial: Perspectiva 2025
La tecnología de la guerra espacial y cibernética es tan nueva e imprevisible 
que incluso las perspectivas más extravagantes pueden verse pronto sobrepasadas 
por una realidad que es todavía difícil de concebir. Sin embargo, si simplemente 
empleamos el tipo de perspectivas utilizado por la propia Fuerza Aérea en su 
Juego de Capacidades Futuras de 2009, podemos obtener “un mejor entendimiento de 
cómo el aire, el espacio y el ciberespacio se superponen en la guerra”, y así 
comenzar a imaginar cómo podría librarse en realidad la próxima guerra mundial.
Son las 11:59 pm del jueves de Acción de Gracias en 2025. Mientras los 
compradores aporrean los portales de Mejor Compra a la busca de grandes 
descuentos de la más reciente electrónica china, técnicos de la Fuerza Aérea de 
EE.UU. en el Telescopio de Vigilancia del Espacio (SST) en Maui se atoran con su 
café cuando sus monitores panorámicos repentinamente se ponen negros. A miles de 
kilómetros de distancia en el centro de operaciones del Cibercomando de EE.UU. 
en Texas, los ciberguerreros pronto detectan binarios maliciosos que, aunque 
disparados anónimamente, muestran las características huellas digitales del 
Ejército Popular de Liberación de China.
El primer ataque abierto no ha sido predicho por nadie. Malware china se apodera 
del control de los robots a bordo de un drone no tripulado de alimentación solar 
“Vulture” mientras vuela a 21.000 metros sobre el Estrecho Tsushima entre Corea 
y Japón. Repentinamente dispara todas las cápsulas de cohetes bajo su enorme 
envergadura de 122 metros, enviando docenas de misiles letales a caer 
inofensivamente en el Mar Amarillo, desarmando efectivamente esa formidable 
arma.
Determinada a combatir el fuego con fuego, la Casa Blanca autoriza un ataque en 
represalia. Confiados en que su sistema satelital F-6 “Fraccionado, de Libre 
Vuelo” es impenetrable, los comandantes de la Fuerza Aérea en California 
transmiten códigos robóticos a la flotilla de drones espaciales X-37B que vuelan 
en órbita a 400 kilómetros sobre la tierra, ordenando que lancen sus misiles 
“Triple Terminator” contra los 35 satélites chinos. Ninguna reacción. Cerca del 
pánico, la Fuerza Aérea lanza su Vehículo Crucero Hipersónico Falcon en un arco 
a 160 kilómetros sobre el Océano Pacífico y luego, sólo 20 minutos después, 
envía sus códigos informáticos para disparar misiles contra siete satélites 
chinos en órbitas cercanas. Repentinamente, los códigos de lanzamiento dejan de 
operar.
A medida que el virus chino se propaga incontrolablemente por la arquitectura 
satelital F-6, mientras esos superordenadores estadounidenses de segunda no 
logran descodificar el código infernalmente complejo del malware, son afectadas 
las señales de GPS cruciales para la navegación de barcos y aviones de EE.UU. en 
todo el mundo. Flotas de portaaviones comienzan a navegar en círculos en medio 
del Pacífico. Escuadrones de cazas bajan a tierra. Drones Reaper vuelan 
desorientados hacia el horizonte, y se estrellan cuando se acaba su carburante. 
Repentinamente, EE.UU. pierde lo que su Fuerza Aérea ha calificado desde hace 
tiempo de “máxima posición elevada”: el espacio. En pocas horas, el poder 
militar que había dominado el globo durante casi un siglo ha sido derrotado en 
la Tercera Guerra Mundial sin una sola víctima humana.

¿Un Nuevo Orden Mundial?
Incluso si los futuros eventos resultan ser más aburridos de lo que sugieren 
estas cuatro perspectivas, todas las tendencias significativas apuntan a una 
decadencia mucho más impresionante del poder global estadounidense hasta 2025 
que va más allá de todo lo que Washington parece estar considerando.
A medida que sus aliados en todo el mundo comiencen a reajustar sus políticas 
para ajustarlas a la percepción de las potencias asiáticas ascendentes, el coste 
de mantener 800 o más bases militares en el extranjero llegará a ser 
insostenible, imponiendo finalmente una retirada por etapas a un Washington 
todavía reacio. Como tanto EE.UU. como China participan en una carrera para 
militarizar el espacio y el ciberespacio, las tensiones entre las potencias 
tenderán a aumentar, haciendo que un conflicto militar en 2025 sea por lo menos 
factible, aunque difícilmente seguro.
Para complicar aún más las cosas, las tendencias económicas, militares y 
tecnologías antes descritas no tendrán lugar en un aislamiento ordenado. Como 
sucedió con los imperios europeos después de la Segunda Guerra Mundial, es 
dudoso que semejantes fuerzas negativas resulten ser sinergicas. Se combinarán 
de formas totalmente inesperadas, crearán crisis para las cuales los 
estadounidenses no están de ninguna manera preparados y amenazarán con lanzar a 
la economía a una repentina espiral descendente, condenando a este país a una 
generación o más de miseria económica.
A medida que se pierde el poder de EE.UU., el pasado ofrece un espectro de 
posibilidades para un futuro orden mundial. En un extremo de ese espectro no se 
puede excluir el ascenso de una nueva superpotencia global, por poco probable 
que parezca. Sin embargo, tanto China como Rusia manifiestan culturas 
autorreferenciales, recónditos escritos no romanos, estrategias de defensa 
regional y sistemas legales subdesarrollados, lo que les niega instrumentos 
esenciales para la dominación global. Por el momento, por lo tanto, no aparece 
en el horizonte ni una sola superpotencia que probablemente llegue a suceder a 
EE.UU.
En una versión oscura, distópica, de nuestro futuro global, una coalición de 
corporaciones transnacionales, fuerzas multilaterales como la OTAN, y una elite 
financiera internacional podrían concebiblemente forjar un solo nexo 
supra-nacional, posiblemente inestable, que haría que no tuviera sentido seguir 
hablando de imperios nacionales. Mientras corporaciones desnacionalizadas y 
elites multinacionales probablemente gobernarían un mundo semejante, desde 
enclaves urbanos seguros, las multitudes serían relegadas a páramos urbanos y 
rurales.
En Planeta de ciudades miseria, Mike Davis presenta una visión parcial desde 
abajo de un mundo semejante. Argumenta que los mil millones de personas (que 
aumentarán a dos mil millones hasta 2030) que ya están apiñadas en chabolas 
fétidas al estilo de las favelas en todo el mundo que constituirán las ciudades 
“brutales, fracasadas” del Tercer Mundo… el campo de batalla característico del 
Siglo XXI”. A medida que la oscuridad cubre algunas futuras súper-favelas, “el 
imperio puede desplegar tecnologías orwellianas de represión” como “helicópteros 
artillados parecidos a avispones que acechan a enigmáticos enemigos en las 
estrechas calles de los distritos de chabolas… Cada mañana los suburbios pobres 
responden con atacantes suicidas y elocuentes explosiones.”
En medio del espectro de posibles futuros, podría aparecer una oligopolia global 
entre 2020 y 2040, con potencias ascendentes, China, Rusia, India y Brasil que 
colaboran con potencias en decadencia como Gran Bretaña, Alemania, Japón, y 
EE.UU., para imponer una dominación global ad hoc, similar a la inarticulada 
alianza de imperios europeos que gobernó a la mitad de la humanidad hacia 1900.
Otra posibilidad: la aparición de hegemonías regionales en un retorno a 
reminiscencias del sistema internacional que operó antes que se conformaran los 
imperios modernos. En este orden mundial neo wesfaliano, con sus interminables 
vistas de microviolencia y explotación descontrolada, cada hegemonía dominaría 
su región inmediata –Brasilia en Suramérica, Washington en Norteamérica, 
Pretoria en Sudáfrica, etc.- El espacio, el ciberespacio y las profundidades 
marinas, removidas del control del antiguo “policía” planetario, EE.UU., podrían 
incluso convertirse en un nuevo patrimonio común global, controlado por medio de 
un Consejo de Seguridad expandido de la ONU o algún organismo ad hoc.
Todas estas perspectivas extrapolan tendencias existentes hacia el futuro sobre 
la base de la suposición de que los estadounidenses, cegados por la arrogancia 
de décadas de un poder sin paralelos históricos, no puedan adoptar o no adopten 
medidas para administrar la erosión descontrolada de su posición global.
Si la decadencia de EE.UU. se encuentra en realidad en una trayectoria de 22 
años de 2003 a 2025, ya habremos desperdiciado la mayor parte del primer decenio 
de esa decadencia con guerras que nos distrajeron de problemas a largo plazo y, 
como agua desparramada sobre las arenas del desierto, desperdiciaron billones de 
dólares desesperadamente necesitados.
Si sólo quedan 15 años, las probabilidades de desperdiciarlos siguen siendo 
elevadas. El Congreso y el presidente están ahora paralizados; el sistema 
estadounidense está inundado de dinero corporativo con el fin de atascar todo; y 
hay pocas sugerencias para que algún problema de importancia, incluidas nuestras 
guerras, nuestro inflado Estado de seguridad nacional, nuestro famélico sistema 
de educación y nuestros anticuados suministros de energía, se encaren con 
suficiente seriedad como para asegurar el tipo de aterrizaje suave que podría 
maximizar el papel y la prosperidad de nuestro país en un mundo que cambia.
Los imperios de Europa han pasado y el imperio de EE.UU. desaparece. Parece cada 
vez más dudoso que EE.UU. tenga algo parecido al éxito de Gran Bretaña en la 
conformación de un orden mundial futuro que proteja sus intereses, preserve su 
prosperidad y lleve la huella de sus mejores valores.
……
*Alfred W. McCoy es profesor de historia en la Universidad de Wisconsin-Madison. 
Es autor de A Question of Torture: CIA Interrogation, From the Cold War to the 
War on Terror (Metropolitan Books), que también existe en traducciones al 
italiano y al alemán. Su último libro Policing America's Empire: The United 
States, the Philippines, and the Rise of the Surveillance State , explora la 
influencia de operaciones de contrainsurgencia en el exterior en la propagación 
de medidas de seguridad interior en EE.UU. También convocó el proyecto “Imperios 
en transición” un grupo de trabajo global de 140 historiadores de universidades 
de cuatro continentes. Los resultados de sus primeras reuniones en Madison, 
Sydney, y Manila fueron publicados como Colonial Crucible: Empire in the Making 
of the Modern American State y los resultados de su última conferencia 
aparecerán el próximo año como Endless Empire: Europe’s Eclipse, America’s 
Ascent, and the Decline of U.S. Global Power.
Copyright 2010 Alfred W. McCoy

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